Cuando hablamos de campos de
concentración a todos se nos viene a la cabeza los campos de concentración que
crearon los nazis para los judíos. Ahora bien, lo que no conoce todo el mundo
es que durante la II Guerra Mundial también hubo campos de concentración en
Estados Unidos, concretamente campos para aislar a la población japonesa.
Durante el último cuarto del
siglo XIX y las primeras cuatro décadas del siglo XX, un importantísimo flujo
migratorio proveniente desde Japón llevó hasta EEUU a cientos de miles de
nuevos ciudadanos que llegaron al país con la intención de labrarse un nuevo
futuro. La numerosa colonia de emigrantes de origen japonés, que durante
décadas vivió de manera tranquila y próspera en su nuevo país de acogida,
sufrió un duro revés y la persecución por parte de las autoridades
estadounidenses a raíz del ataque de Pearl Harbor del 7 de diciembre de 1941.
Dentro de la población
norteamericana comenzó a aflorar teorías conspiratorias que aseguraban que
numerosos grupos nipones se estaban organizando en el oeste del país para
llevar a cabo ataques y sabotajes en el mismo suelo estadounidense. Este clima
de histeria colectiva llevó al presidente Roosevelt a tomar medidas drásticas
para controlar a todo aquel que tuviera algún tipo de relación (directa o
indirecta) con los intereses japoneses. Para ello se creó la “War Relocation Authority” y se comenzó
a construir una serie de campos de concentración en los que se internaría a
todas aquellas personas de origen y/o descendencia japonesa.
A los japoneses se les dijo que
eran trasladados a lugares seguros para que no corrieran peligro. Muchos eran
propietarios de prósperos negocios que tuvieron que malvender por cantidades
irrisorias. Familias completas fueron enviadas a vivir a barracones
compartidos, encerradas como si se tratase de peligrosos delincuentes. También
se tomaron grandes medidas de seguridad para impedir la fuga, como por ejemplo
la utilización de vallas electrificadas.
Se calcula que unos 120.000 japoneses fueron trasladados a campos de concentración.
El campo de concentración más
famoso fue el de Manzanar, que se encontraba ubicado en la Sierra Nevada de
California. Esta zona se caracteriza por sus extremas condiciones climáticas. En
invierno nevaba, mientras que en verano la temperatura llegaba a los 50 grados
de temperatura, eso sin olvidar los vientos huracanados. Este campo llegó a
albergar a unas 10.000 personas. Estaba rodeado por alambradas de espino,
vigilado por ocho torretas con ametralladoras y custodiado por la noche por
reflectores.
Tras cerca de tres años de
funcionamiento de estos campos de concentración, la administración norteamericana
decidió empezar a dar salida a las miles de personas que fueron encerradas. La inmensa
mayoría de los japoneses liberados tuvieron que empezar desde cero, ante una
sociedad que los miraba con recelo.
Hasta 1988, durante el mandato
del presidente Ronald Reagan, no se pidió perdón oficialmente a las víctimas de
esas medidas discriminatorias. Se ofreció una compensación valorada en 20.000
dólares por cada superviviente, sin embargo la gran mayoría ya había fallecido.
Los expertos han calculado que a la administración le supuso un gasto de unos
40 millones de dólares, cuando los perjuicios ocasionados a la población
japonesa rondaron los 400 millones.
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